ANECDOTAS: "Mal de Oscar, consuelo de ADN" (Oscar)

Hoy apareció UNA cucaracha en casa de ADN. Pareció el fin del mundo.

Prometí este post, y dedicárselo.

THIS IS A TRUE STORY.

En 1988 mis hijas tenían 3 y 5 años. Con dos chicos de esa edad, un departamento puede hacer que, como dijo Vinicius, uno llegue a hallar a Herodes natural. Hace falta terreno o un club, y eso requiere toda una actitud mental.

Así que - en un episodio que merece ser contado en otro post - nos mudamos a una casa. Por el mismo precio, vendí un depto. de 75 m2 en Cabello y Ugarteche (Botánico, Capital) y me mudé a una casa de 225 m2 cubiertos y 600 de terreno total en Temperley. La casa es de fines del 1800 y ahí viven aún mis hijos y su mamá. Y realmente es una maravilla.

Cuando la compramos, la habitaban una señora belga de unos 50 años y su hija de 25. Y el aspecto externo era deplorable. El pasto no se había cortado en muchos años. Pero MUCHOS. Los cardos del fondo superaban los 2 metros. Baste decir que cuando el jardinero gallego que conseguimos los taló a golpes de guadaña, apareció una pileta de natación. Pequeña, pero ahí estaba. En medio de la jungla.

Nos mudamos un 10 de enero, y pasamos los días anteriores, desde Navidad, en Miramar con las nenas. Allí, la mayor descubrió los cascarudos. Para Ely y algún visitante ocasional, son escarabajos negros del tamaño de un... escarabajo negro. No jodan.

La mudanza terminó y empezamos a ordenar las cosas. Y a eso de las 11 de la noche nos derrumbamos en los sillones, vasos de jugo en mano, decididos a seguir al día siguiente. Le pedí a la mayor que llevara los vasos a la cocina una vez vacíos, y al volver me comentó que en la mesada había varios cascarudos...

No hay cascarudos en Temperley. Sin decir nada, mi ex retiró a las nenas y yo fui a buscar las armas. Esa tarde, previendo que los yuyos del fondo se cobraran venganza, había comprado cuatro frascos de aerosol Raid negro mata cucarachas. Entré a la cocina, cerramos la puerta y prendí la luz.

Lo recuerdo y siento un frío en la nuca. Al prender la luz fue como si la mesada cobrara vida. Entre las que vi y las que intuí por el rabo del ojo, mínimo diez.

La primera reacción fue tirar veneno entre la cocina y los muebles del costado. Y fue como abrir una camilla de un depósito de cucarachas. Empezaron a salir por todos lados, y parecía un video juego de mal gusto. A cada una que aparecía, yo la rociaba de veneno y ella caía. Si me daba tiempo, trataba de rematarla de un pisotón y ya debía girar para encarar a otra. La puerta de la cocina era en parte de vidrio, y del otro lado Liliana me iba advirtiendo de nuevas apariciones. Pasada la primer media hora, dos cosas sucedían. Por un lado, el aire era irrespirable, de hecho las que salían lo hacían totalmente tambaleantes y maltrechas. Tuve que atarme un repasador mojado, al estilo Jesse James, para poder respirar. Y por el otro, verificamos que por alguna razón - mayor resistencia al veneno o un orden jerárquico muy efectivo - el tamaño de las malditas iba aumentando a medida que pasaba el tiempo. Los cascarudos del principio eran las chiquitas. Las últimas parecían salchichas.

El episodio completo duró casi dos horas. Terminadas estas, fuimos a llevar a las nenas a dormir a lo de mi suegra y volvimos a barrer la cocina. Los cadáveres llenaron dos bolsas de basura con generosidad. Era como haber envuelto dos pelotas de basket. Antes de eso habíamos rociado generosamente una habitación, en la que dormimos no sin antes clausurar debajo de la puerta con diarios.

A la mañana siguiente prendimos cinco pastillas de Gammexane, que envolvieron la casa en humo amarillo y apestaron el barrio. Cuando pudimos entrar, hubo una segunda recolección de cadáveres, bastante menor. Y el último paso fue sacar y tirar al medio de la calle los muebles de cocina. Calculo que los huevos que había atrás debían sumar millones. Pero en serio, no por exagerar.

En un momento de la noche, aún en mitad de la mudanza, llegamos a considerar seriamente la posibilidad de vender la casa. Ahora me causa gracia recordarlo. Si ese día me traían a la belga grande, la hija quedaba huérfana...