Cantares & Contares

La verdad es que no se por qué me atraen las personas que cantan. Lo hagan bien o mal, no me importa. Tal vez es esa especie de desenfado que se necesita para lanzar los sonidos a pesar de quienes estén escuchando. Encima acompañarlos con gestos de la cara y movimiento de manos o de brazos.

La cosa es que dos veces casi que lo exigí como condición antes de probar otras cosas que pudieran gustarme de sus anatomías. Las dos veces fueron en unas plazas. Las dos veces, esos muchachos, se largaron sin pensar.

La primera, Pablo. Aquel compañero de trabajo que tanto me gustaba: lo invité a ver cómo arriaban la bandera en Plaza de Mayo (sí, ese tipo de invitaciones se me ocurren.) Aceptó, miramos la ceremonia y después, cuando la guardia y la bandera -hermosamente doblada- se alejaron, nos sentamos en los escalones del mástil. El hablaba de cualquier cosa y yo no podía despegar mis ojos de su boca. Le dije "cantame algo, dale". El detuvo el parloteo en el instante, pareció dudar (no era así, simplemente buscaba en el repertorio de canciones en su haber) y se largó... con todos los cantos de cancha que puedan existir para el glorioso Taladro. Una tarde de Mayo, otra década. A la noche éramos novios.

La segunda, en un banco de la plaza Rodriguez Peña. Juan M. discurría sin respiro sobre lo genial de no-se-qué de la filosofía de Durkheim. Lo detuve poniéndole mi mano en la boca y volví a pedir "cantame".

- ¿querés que te cante?

- si

- bueno

Y se largó con "Afiches", el tango.

Esa noche... bueno, qué importa lo que pasó esa noche.

(...)

AFICHES

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Al salir no llovía; hubiera sido redundante.
Juan Sasturain.

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...La primera vez que se sentó a la mesa junto a la ventana que se asoma sobre la calle Paraná, apenas prestó atención a la radio que aturdía el Café Bar Del Carmen con el desaforado relato de una semifinal del Mundial de México.
...Su indiferencia, quizás, mucho tenía que ver con que Diego Maradona –en ese entonces un niño de su misma edad- lejos estaba aún de convertir en estadística el sueño del pibe y más lejos todavía de que el personaje le atrapara el alma en la jaula fotográfica de un poster descolorido. En esos días, Dieguito recién empezaba a desafiar las leyes de gravedad con gesto indómito (las medias bajas, la melena chúcara, la lengua asomándose insolente) desde un televisor Zenith en blanco y negro, domando una Nº 5 en vivo y en directo –en carne y hueso- durante los Sábados Circulares de Pipo Mancera.
...Aquella tarde de verano porteño en que él se sentó por primera vez a la mesa junto a la ventana en el Café Bar Del Carmen su padre no imitó al mago del bandoneón Anibal Troilo -quien además de leyenda tanguera era habitué de honor del bar, donde cada vez que se terminaba su vuelta de whisky solía reclamar “reposición de banca”- sino que pidió un whisky sin hielo- aclaró “se moja”, con sonrisa pícara- mientras él se preguntaba, espiando sobre los bordes de la taza una de las fotos de la pared, cómo haría ese hombre que parecía dormirse abrazado al bandoneón para extraer sonidos tan sublimes de aquel extraño instrumento.
...Cuando más tarde su padre se levantó de repente como hipnotizado, atravesó de una tranco la puerta vainvén y cruzó corriendo la calle Paraná al grito de “¡Homero!”, él creyó por un momento que su progenitor acabada de encontrarse con el autor de La Ilíada (tendía a sobredimensionar las virtudes de su padre, como todo niño; o tal vez un poco más, sumándole a la edad la distancia de lo exiguo de aquellos encuentros, para su gusto demasiado limitados a las matinées y meriendas de los sábados.)
...No pudo disimular cierto gesto de decepción cuando su padre le presentó a Homero Expósito, a quien él encontró demasiado parecido a un boxeador, un luchador de match o un gremialista de armas tomar como para creer al pie de la letra aquello de “poeta de tango” que su padre subrayaba con tanto énfasis y algo de orgullo prestado.
...Al rato, el poeta aprovechó una pausa en la conversación para dirigirse a él y preguntarle con una sonrisa el consabido “¿qué vas a ser cuando seas grande?”.
...“Poeta de tango”, contestó el niño sin dudar. Expósito sonrió halagado y le aseguró que “en esto, llegar a la fama no es difícil: lo único inaccesible es la guita”. Sólo entonces sintió curiosidad sobre por qué ese chico había elegido acompañarlo en la vocación.

...“Para que mi papá cruce la calle la calle corriendo cuando me vea”, aseguro el niño, y hasta el volumen de la radio descendió de golpe y se hizo cómplice del silencio grave y lejano que siguió a la espontánea confesión.
...Con el tiempo, sin embargo, ese chico cambió de idea en cuanto cruzó la frontera de la infancia; acaso inhibido desde que llegó a la conclusión de que Naranjo en Flor era, para su gusto, una obra infinitamente superior a La Ilíada. Se dedicó al psicoanálisis, aprendió a descifrar el futuro en la borra del café y a esquivar el whisky, perseguido por una gastritis implacable que como un stopper pegajoso forcejea con su estómago desde la Guerra de Malvinas. Se acostumbró también a frecuentar la mesa junto a la ventana que se asoma sobre la calle Paraná del Café Bar Del Carmen, sin poder evitar la tentación de espiar sobre los bordes del pocillo para observar casi al acecho la vereda de enfrente cada vez que desde la radio lo sorprende el desaforado relato de un gol de Maradona, o con su cantora preferida fraseando con tempo blusero y voz ripiosa -mezcla de tabaco negro, Caña Legui y amanecer reciente- una de las línas más inspiradas del poeta.
...Esa que dice: “después, qué importa del después.”
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Café con leche helado
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Prepare un café fuerte. Deje enfriar y coloque en una cubetera. Lleve al congelador para convertirlo en cubitos., Luego sirva los cubitos en un vaso de trago largo y sirva crema de leche a temperatura ambiente. Mezcle bien y espolvorée con canela.
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Sergio Varela- Cafés Especiales ©. Editorial Distal.